Los signos inequívocos de la vejez
Por Marcos Soto Tejeda
Revelaciones de Manuel Mora Serrano, periodo El Siglo, del 19 de septiembre de 1990.
(Dedicado a todos los que transitamos por la octava década)
Envejecer no es algo tan desolador como suponíamos los que ahora transitamos por la octava década. Es más, ahora se dice, con sobrada razón, que cualquier “muchacho” la tiene. Algunos tenemos la suerte de “esconder·” los años, ya por color, ya por pequeños, ya por no tremendizar demasiado los problemas de la vida, y cuando vemos en el espejo cierta piel aparentemente tersa, cierto pelo fingidamente negro, también creemos que hemos burlado al viejo Cronos…pero en las noches, los reumas, los endurecimientos arteriales, las secuelas del colesterol y del bien llamado acido ·viejurico” nos siguen gritando ¿joven quién?
Lo dure de envejecer no son las dietas nada más …son las desesperaciones cuando caminamos por las calles o por las tiendas o los bares … y vemos muchachas fragantes y se nos van los ojos. si nos mantenemos en la raya de la edad y nos contentamos con el encanto del paisaje y nos conformamos con la cuota que nos tocó en la juventud, todo irá bien. La clave parece ser esa, la contención ….pero si queremos dar el paso audaz hacia el objetivo sensual, nos desbarrancamos y ya nadie nos salva del hermoso abismo.
Los que creíamos ser poetas, en los primeros años fuimos felices, muchas veces, cuando vimos en los álbumes de moda nuestros versos y sorprendimos a la esquiva mirándonos interesada, sospechábamos que todo lo de entonces seria inmortal. ¿Adónde estarán esas viejas paginas sosas? ¿Adónde la sosa escribana que las copió? ¿La abuela que tanta pelea con los nietos corredores y gritadores, gorda, asmática, llena de reumas era aquella muchachita coqueta de hace apenas treinta años? ¿Qué ha hecho la vida de esa frescura tersa, de aquel pelo negrísimo, de aquella mirada ardiente? ¿Dónde sepultan a las bellas de ayer?
Cuando nos encontramos accidentalmente, nos quedamos estudiando los rostros, buscando las huellas juveniles y entre los dos, hay dos cadáveres, el que fue y la que fue. Ahora somos otros. Hemos asumido responsabilidades. Tenemos hijos, nietos, compañero o compañera que un día solo nuestras relaciones. La vida nos golpeó. Hemos vivido junto a otras personas. Hemos conocido alegrías y penas diversas. Las largas noches del insomnio cuando pensamos en èl o en la amada, pertenecen al mismo país, ignore donde las arrugas ocuparon el lugar de los besos frescos. Solo nos consuela pensar: ¡Que viejo o que vieja esta! En ese viejísimo”, en ese “acabadísimo” concluimos el encuentro o con un envidioso “contrale”, fulano o zutana no se pone viejo” que nos da un coraje…pero un coraje.
Y lo peor nos pasa con los enemigos, con los rivales, con los contrarios de la juventud. Si lucen bien, impecables, limpios, saludables, llenos de bríos y sin los agoreros signos de la vejez, nos producen la más dura impresión. El gusto es poder contarle a un amigo cómplice de antaño…” Mira, vi a perencejo y el pobre está listo, parece mi papá”. Desde el momento en que se fije demasiado en la salud o en la gallardía de los amigos y enemigos, de las que le amaron o de las que lo despreciaron, desde ese momento, regístrese ante el espejo; fíjese claramente, hay signos inequívocos de vejes. Si es así, acepte su suerte, su realidad, su dicha de vivir; nútrase del oxígeno de su planeta y escoja su rincón, su mecedora o sillón de reposo y bendiga los días que le quedan…porque la muerte no tardará en llegar para salvarlo de la abulia de vivir recordando.